Siempre que se habla de la Banda Sonora de nuestra vida se hace alusión a todas esas canciones y discos que nos han acompañado desde nuestro nacimiento. Al igual que el cine, la música tiene el poder de transportarnos a épocas pasadas recordándonos momentos vitales de nuestra existencia. En mi caso, la música que siempre ha invadido los equipos de música, walkman, ipods, etc… ha sido primordialmente música de cine. Volver a escuchar la banda sonora orquestal de una cinta era revivir mentalmente la película. Y desde temprano, aunque sin saberlo, ya tuve compositores fundamentales que lograron engatusarme con sus trabajos.
Si bien es John Williams el compositor que me enamoraría desde temprana edad, y que Danny Elfman me enganchó gracias a “Batman” y “Eduardo Manostijeras” , sería Hans Zimmer quien, inconscientemente, acabaría ganándose un lugar especial entre mis autores musicales. Y es que ya desde niño me encantaba tararear el tema de “Rain Man” o escuchar el suite de “Black Rain”. Claro que, como a todos los de mi generación, donde me encandiló fue en “El Rey León” aunque su labor quedase en segundo termino debido a la popularidad de las canciones de Elton John y Tim Rice. Pero no hay que olvidar que fue él, junto con Mark Mancina y Lebo M, quien obró el milagro de dotar de alma a la que se convertiría en la cinta de animación tradicional más exitosa de la historia. Su nombre despuntaría tras lograr ese primer Oscar por la cinta de Disney, para después ofrecer obras de acción de los 90 tan memorables como “Marea Roja”, “El Pacificador” o “Broken Arrow” . De esta hornada, la obra que reventé hasta casi también reventarme los oídos fue “La Roca” (ésta en colaboración con Nick Glennie-Smith y Harry Gregson-Williams). La de vueltas que dí para hacerme con ella de importación. Y todo esto sin tener todavía su nombre en la memoria. Escuchaba sus bandas sonoras y no sabía quién era (por entonces no me detenía a ver los créditos). Fue a raíz de la película de Michael Bay cuando ya empecé a preocuparme más por conocer otros trabajos del teutón, descubriendo entonces que muchos de ellos ya los había escuchado y estaban en mi top. Lógicamente a raíz de “Gladiator” su nombre adquiriría una mayor popularidad, que fue consolidándose aún más entre los millenials cuando comenzó a colaborar con Christopher Nolan a raíz de la Trilogía de “El Caballero Oscuro”.
Es cierto que su fuerte influencia en Hollywood parece haber reducido la calidad musical en los productos cinematográficos, resultando muchas obras fotocopias de otras, pero en lo que respecta a su persona es el creador musical más cercano a cineasta que existe en la actualidad, capaz de transmitir con sus sonidos el alma de la cinta (su maravillosa “Interstellar” comenzó a idearla a raíz de una frase que le escribió Nolan).
Hace unos años, Zimmer dio un par de conciertos tras preguntarle a su amigo Johnny Marr qué tal le había ido su última gira, recibiendo por parte del guitarrista la respuesta de que se atreviese él a hacer una. En estas, el pasado año se fue de gira por Europa en compañía de muchos de sus colaboradores habituales. La sorpresa fue que, al terminar, anunció nuevas fechas para 2023 entre las que incluían las ciudades españolas de Bilbao y Madrid. Ni me lo pensé y saqué las entradas para verlo en directo. Para ello elegí como acompañante a quien inyectó en mí la pasión tanto por el cine como por las Bandas Sonoras. Mi padre.
Los Tres Mosqueteros: D´Artagnan (Les Trois Mousquetaires: D´Artagnan), de Martin Bourboulon
D´Artagnan, un joven gascón, se dirige a Paris con el objetivo de formar parte de los Mosqueteros del Rey. En su camino tratará de impedir el secuestro de una mujer, descubriendo, inesperadamente, una trama de conspiración contra la Reina que desembocaría en guerra con Inglaterra. Para impedir que ésta se lleve a cabo contará con la ayuda de tres nuevos amigos, los mosqueteros Athos, Porthos y Aramis.
No deja de resultar curioso que la obra de Alejandro Dumas haya sido en la mayoría de los casos exportada audiovisualmente por producciones de idioma británico. “Sacré Bleu”. A saber si el escritor se lo acabaría tomando con la sorna característica de muchos de sus personajes o si por el contrario se enfurecería y le darían ganas de quemar medio Hollywood. Lo cierto es que los grandes relatos son aquellos que traspasan su región de origen y alcanzan a todo el mundo, acabando por pertenecer más al público que al cerebro que los creó, y en el imaginario popular la obra del francés (con “El Conde de Montecristo” y “Los Tres Mosqueteros” como máximos exponentes) viven en la mente de muchas personas mediante los rostros de Richard Chamberlain, Michael York, Lana Turner, Gene Kelly, Oliver Reed, Raquel Welch, Gerard Depardieu, Van Heflin, Rebecca de Mornay, Kiefer Sutherland, Matthew McFayden….
La historia del joven que anhela ser mosquetero y entabla amistad con tres grandes espadachines, además de vividores, mientras planta cara a las fuerzas del Cardenal Richelieu es una de las más conocidas del imaginario popular y todo un clásico de la novela de capa y espada (el más famoso casi se podría asegurar). El escritor, con la ayuda de su “ayudante” Auguste Maquet (quien según estudios fue quién encontró el manuscrito “Memorias de d´Artagnan”), creó una novela folletinesca de la misma manera que se siguen creando hoy las historias y las películas, adaptando los hechos a su conveniencia. Por ejemplo, Richelieu pasó de ser un brillante estratega y hombre de política a un villano que buscaba hacer la vida imposible a los protagonistas que se entrometían en sus planes por alcanzar el poder. La novela, que conocería dos secuelas (“Veinte años después” y “El Vizconde de Bragelone”, que pasaría a conocerse también como “El Hombre de la Máscara de Hierro” en producciones cinematográficas), ensalza el valor de la amistad mediante unos personajes alegres, que disfrutan tanto de beber como de luchar, y que tienen un firme código de honor para con los suyos. Por supuesto, el amor será fundamental, siendo los personajes de Constance Bonacieux y, especialmente, Milady de Winter quienes piloten alrededor de los protagonistas y hagan avanzar la acción.
El cine, desde casi su nacimiento, se ha fijado en la obra de Dumas para crear cintas de aventuras en donde se diese rienda suelta a las acrobacias de los actores que daban vida a D´Artagnan. Así, los dos máximos representantes del gascón los podemos encontrar en el espadachín y seductor del cine mudo Douglas Fairbanks y en el encantador bailarín Gene Kelly. Es la cinta que protagonizase el segundo, dirigida por George Sidney, la que mejor ha sabido mantener el espíritu de la novela y ha servido de base para la gran mayoría de adaptaciones posteriores, con la aventura de los diamantes de la Reina y la posterior venganza de Milady como hilos narrativos. Décadas después, Richard Lester adaptaría fielmente las obras de Dumas (primero con un díptico y, casi veinte años después, con la secuela de la novela), pero con un problema para mi gusto, y es que, como era habitual en el director, explotaba demasiado la comedia llegando a lograr unos films que rozaban la parodia. En los 90, los mosqueteros poseerían tanto un cariz juvenil en la (apreciada por mi) versión Disney a la vez que maduro en la adaptación de “El Hombre de la Máscara de Hierro” que protagonizase Leonardo DiCaprio. Ya entrados en el S. XXI encontramos productos que me parecen ridículos, con “El Mosquetero” de Peter Hyams o la locura pirotécnica en 3D de P. W. Anderson como principales adaptaciones, sin contar con la decepcionante serie de la BBC. Lo más llamativo es que, como he empezado, los mosqueteros franceses hablasen casi siempre idioma anglosajón en el sétimo arte. Los franceses han estado muy callados para con su compatriota Dumas, aunque no hay que olvidar que en 1961 se hizo un díptico de manos de Bernard Borderie que hizo honor al escritor y su obra y que ahora, 60 años después, tiene eco en el trabajo de su compatriota Martin Bourboulon.
John Wick 4, de Chad Stahelski
John Wick se propone cerrar de una vez por todas su guerra contra la Alta Mesa. Para ello tendrá que contactar con antiguos aliados y recuperar la cortesía de su familia.
Creo que existen pocos actores que puedan presumir de dar vida a personajes de ficción que tengan tanto en común con ellos mismos. En el caso de Keanu Reeves se podría decir que ha encontrado en John Wick un camino para narrar la historia de su vida. Y es que el bueno de Keanu ha sufrido todo tipo de rumores sobre su persona, llegando a su cenit cuando fue cazado comiendo tranquilamente un sándwich en un parque. Ese Meme dio la vuelta al mundo y auguraba la mala época que podía estar pasando el actor, que ya estaba entrenado en trágicas lindes (maltrato por parte de su padre; fallecimiento de su buen amigo River Phoenix; perdida de una hija nonata y posterior muerte de su pareja y madre de ésta; enfermedad de una hermana). Era 2010 y, de nuevo, su carrera no estaba viviendo un buen momento. Cierto es que nunca ha dejado de trabajar, pero con altibajos muy pronunciados, con el cine de acción como gran salvador e impulsor de su popularidad (“Le Llaman Bodhi”, “Speed” y “Matrix” eran sus tres Hits). Pero el mundo le daba(mos) por acabado. Hasta que en 2014 sorprendió con una película de perfil bajo (tanto que en España ni se estrenó en cine). Era “John Wick”, una pequeña producción de cerca de 20 millones de dólares que amasó más del doble en terreno americano y logró alcanzar casi al instante la fama de cine de culto gracias a las plataformas y cadenas que la emitieron. La secuela estrenada años después no hizo sino constatar el tirón que había tenido el personaje entre la audiencia. Y la tercera entrega, estrenada en 2019, logró superar todas las expectativas. John Wick, como Keanu Reeves, se alzó ante el dolor para demostrar que no estaba acabado. Con la cuarta entrega tanto Reeves como su amigo y director Chad Stahelski suben la apuesta regalando un espectáculo mayúsculo.
La Última Tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ), de Martin Scorsese
El cine de Scorsese está lleno de personajes torturados. Taxistas que recorren las oscuras calles neoyorkinas, boxeadores enjaulados en tormentas de celos, pasando por burgueses con miedo al qué dirán o muchachos que juegan a ser gangsters. La cámara del director italoamericano ha sabido captar a la perfección el tormento personal que viven sus protagonistas, impregnado todo él por la religión católica en la que fue educado y a la que, por poco, se dedica. La sotana o la cámara. Esas parecían ser las dos únicas opciones de vida de un joven Scorsese que acabó sustituyendo la posibilidad de dar sermones en los templos eclesiásticos por hacerlo en los cinematográficos. Como si de una epifanía se tratase, el director eligió el camino para el que había sido llamado, y aunque sus historias pareciesen decantarse por pregonar el camino del mal retratando a seres marginales o al filo de la navaja, existía en ellas un cierto halo de esperanza y belleza.
El Bien y el Mal sobre el que se debaten los personajes ha sido una máxima en casi toda la obra de Scorsese, de hecho sus obras más redondas son aquellas que tienen en una encrucijada a los protagonistas. Y ese camino lo llevó a querer rodar una historia sobre el personaje histórico más celebre de todos, Jesús de Nazaret.
Alguien voló sobre el nido del cuco (One flew over the cuckoo´s nest), de Milos Forman
Un Hospital Psiquiátrico de Oregon recibe un nuevo interno, Randle P. McMurphy, un convicto que será sometido a estricta vigilancia ya que se sospecha que se hace pasar por loco para eludir los trabajos del campo de trabajo en donde está recluido. Dentro del centro, McMurphy hará amistad con los internos mientras cuestiona el funcionamiento y las estrictas tácticas ejecutadas por la enfermera jefe, Ratched.
La novela escrita por Ken Kesey vio su primera adaptación sobre las tablas de Broadway de manos de Kirk Douglas, quien interpretó a McMurphy. El actor se hizo con los derechos de la novela e intentó ya llevarla a la gran pantalla en la década de los 60, sin éxito. Después, traspasó los derechos a su hijo Michael, quien logró levantar el proyecto en colaboración con el productor Saul Zaentz. La realización de la misma recayó en el checo Milos Forman, quien fue recomendado por el guionista Laurence Hauben. Forman se mostró muy colaborativo con Douglas, quedando más que satisfecho con el enfoque que le presentó el director. Mientras tanto, Zaentz trató que el propio Kesey escribiese el guion tras el primer tratamiento de Hauben, sin embargo el escritor no estuvo de acuerdo con el enfoque de la adaptación, que sustituía al jefe indio Bromden por McMurphy como narrador. Finalmente, el guion fue concluido por Bo Goldman. Para el papel de McMurphy se barajaron actores como Marlon Brando, Gene Hackman o James Caan siendo finalmente elegido Jack Nicholson, por el que incluso se cambiaron fechas de rodaje para que pudiese participar. El rodaje se desarrolló en el mismo lugar donde tiene lugar la historia, el Hospital Estatal de Oregon y se usaron enfermos así como funcionarios del recinto para que participasen en el film. El resultado dio lugar a una de las cintas más emblemáticas del cine norteamericano.
Los Fabelman (The Fabelmans), de Steven Spielberg
La autobiografía es un genero llevado a cabo por muchos artistas que, sintiéndose en el ocaso de su trayectoria artística o por mero capricho egocentrico, sienten que debe extirpar algo que llevan dentro y les tortura decidiendo compartirlo con el público como si de un ejercicio psicológico se tratase. El echar la vista atrás y narrar acontecimientos de juventud aportando partes de la vida propia ya llevó a cineastas de renombre como Truffaut, Fellini o Kurosawa ha realizar muchos de sus trabajos y en los últimos años dicha moda parece haber vuelto a despuntar. Ahí tenemos por ejemplo “Roma” de Alfonso Cuarón, “Dolor y Gloria” de Almodóvar, “Fue la Mano de Dios” de Sorrentino o “Belfast” de Kenneth Branagh. A estos se ha unido Steven Spielberg con una de sus películas más modestas sin renunciar a lo que siempre le ha caracterizado, la magia.
Sammy es un joven que se ha criado en el seno de una familia judía que ha sufrido diversas mudanzas debido al trabajo del padre durante la segunda mitas del S. XX. La pasión del joven es rodar películas caseras mediante las cuales descubrirá la vida desde otra perspectiva.
Babylon, de Damien Chazelle
Toda gran fiesta lleva consigo el conocimiento de que al acabar producirá una resaca capaz de dejar fuera de combate durante un día a quienes la hayan disfrutado. Supongo que todo el mundo ha vivido esa experiencia de llegar a casa con la luz del amanecer, echar las persianas y caer rendido sobre el colchón (o un sofá) sin ganas de escuchar una mosca mientras la cabeza sigue haciendo peligrosas eses que pueden empujar a visitar al váter (si es que se llega). Y es que después de todo subidón llega el bajonazo. Bajo esa máxima parece haber creado el director Damien Chazelle esta carta de amor envenenado hacia la Ciudad de las Estrellas.
No hay cosa que guste más a Hollywood que hablar sobre sí mismo y celebrarse como gran industria de sueños. Los que amamos el cine tenemos ese rincón de Los Ángeles como el Monte del Olimpo del Séptimo Arte, donde viven y se codean las deidades que veneramos. Como llegan a decir en “El Show de Truman”, aceptamos la realidad tal y como se nos presenta. Así, cuando nos acercamos al cine nos dejamos engullir por lo que aparece en la gran sabana blanca y creemos cuanto vemos. Pero todo es una ilusión. El cine nació como una atracción de feria. Una mentira. La mayor y más bella de todas para los espectadores, mientras que para los que las fabrican puede significar un infierno.
Ambientada a finales de los 20 y primeros de los 30, “Babylon” relata la transición que se vivió del cine mudo al sonoro. Corría el año 1927 cuando Hollywood vivió una de sus primera grandes revoluciones que provocaron un cambio de paradigma a la hora de hacer películas. Llegó el sonoro con “El Cantor del Jazz”. Y con ella se implantaron nuevos modelos de trabajo, que incluían a técnicos de sonido, aislamiento de sistemas de grabación y nueva adaptación interpretativa para los actores, que debían vocalizar y no resultar tan exagerados a como estaban acostumbrados a la hora de transmitir sentimientos en el formato mudo. Además de ello, en 1930, se creó la conocida Asociación de Productores Cinematográficos de Estados Unidos que tenía en William H. Hays a uno de sus mayores artífices, creando mediante ella un código moral que debían seguir todas las producciones de Hollywood si querían tener luz verde.
El Único (The One), de James Wong
No hay un solo Universo. Hay muchos. Desde su descubrimiento, agentes especiales conocidos bajo el nombre de “Autoridad del Multiverso” han velado por mantener el equilibrio. Sin embargo, dicha balanza se está viendo amenazada debido a uno de esos agentes que está eliminando a sus yos de otros universos adquiriendo habilidades especiales que lo hagan el ser más poderoso del sistema una vez termine con su último igual multiversal y se convierta en El Único.
En el año 2001 el cine sufrió una revolución en forma de película de acción protagonizada por The Rock. La presentación de un Multiverso en el cine hizo que se realizaran películas con la estrella del wrestling como gran protagonista de una Saga que mezclaba elaboradas coreografías de lucha con una trama de Ciencia Ficción que mezclaba diferentes Universos alternativos a través de los cuales el personaje viviría diferentes misiones persiguiéndose a sí mismo hasta desembocar en un gran final que incluiría a grandes nombres del género de los mamporros como Jason Statham, Jet Li, Jackie Chan, Jean Claude Van-Damme, Chuck Norris y las presencias especiales de Stallone y Schwarzenegger en lo que sería la gran reunión en pantalla de las dos superestrellas musculosas de los 80 y los 90. ¿El Resultado? La cinta más taquillera de la historia del Cine y la consagración de The Rock como marca, capaz de arrastrar al gran público a las salas.
Jackie Brown, de Quentin Tarantino
A mediados de los 90, todo el mundo esperaba con ansía el siguiente trabajo de Quentin Tarantino tras “Pulp Fiction”. El éxito logrado con ella catapultó su apellido y lo hizo destacar en todas las producciones donde participaba, ya fuese como productor (“Killing Zoe”; “Tú asesina, que nosotras limpiamos la sangre”) o como interprete (“Abierto hasta el Amanecer”). Su breve episodio en “Four Rooms” (“El Hombre de Hollywood”) era un pequeño regalo que dejaba con ganas de una película completa firmada bajo su nombre. Fue en 1997 cuando dicha cinta, su tercera, llegaría, logrando una recepción más tibia de los esperado.
Jackie Brown es una azafata de vuelo que trabaja para una línea de baja categoría cubriendo el trayecto entre Los Angeles y México. En dicho trayecto transporta sumas de dinero para Ordell, un traficante de armas al que la policía quiere echar el guante y para lo que utilizarán a Jackie. Sin embargo, Jackie buscará la manera de librarse tanto de la policía como de Ordell con ayuda del fiador Max Cherry.
Avatar: El Sentido del Agua (Avatar: The Way of Water), de James Cameron
En las Navidades de 2009, y tras 12 años de ausencia, James Cameron regresó a las grandes pantallas con otro de sus grandes proyectos que prometían cambiar el cine. Y lo hizo, de forma temporal. “Avatar” se convirtió en la cinta más taquillera de la historia poniendo de moda, de paso, el 3D como reclamo para atraer al público a las salas (incluso directores de renombre como Wim Wenders se atrevieron a usarlo para realizar trabajos). Claro que no acabó por convertirse en ese instrumento básico para que las cintas se quedasen impregnadas en las retinas com parecía prometer Cameron. Si, lograba sorprender, pero en la mayoría de los casos no pasaba de funcionar como una atracción visual demostrando, de nuevo, que si no hay una buena historia y unos personajes bien perfilados la experiencia quedaba como algo anecdótico pero no memorable (en mi opinión la película que mejor trató a nivel narrativo el sistema fue “Hugo” de Scorsese). De hecho, el tan promocionado y explotado sistema (se convirtieron cintas que no se rodaron en él para hacer más caja) fue pasando a segundo término para promocionar las películas.
Dejando el sistema tridimensional a parte, “Avatar” resultó una entretenida película de aventuras que bebía de otras historias anteriormente vistas (en especial “Pocahontas”) y poseía un marcado tono accesible para toda la familia del que Cameron pocas veces había hecho gala anteriormente (“Titanic” a parte). Lo que no se le podía negar esa la espectacularidad y la buena mano del director, auténtico artesano a la hora de crear secuencias de acción. Eso, sumado al reconocimiento tanto crítico (recibió premios a Mejor Película) como especialmente comercial, dieron carta blanca al director para seguir explotando el mundo de Pandora. Y no lo haría con una única secuela, sino que pretende rodar hasta cinco entregas (la tercera se comenta que se ha rodado simultáneamente a la presente). Esa ambición ya se verá si llega a buen puerto. De momento, y 13 años después de conocer a los Na´vi, Cameron estrena la segunda aventura de Jake Sully en compañía de Neytiri y familia.