Enamorarse (Falling in Love), de Ulu Grosbard

Lo más habitual en el cine romántico estadounidense es la de relatar el primer enamoramiento, cuando se es joven y afloran esos sentimientos de atracción enfermiza e inocente hacia otra persona. Sin embargo, cuando se trata de tropezar con el amor a mediada edad, en que parece que la vida está encarrilada y lo que cualquiera elude es que vengan sobresaltos inesperados, me parece uno de los temas más interesantes que puedan tratarse a la hora de contar una historia, pues introduce el que se tambaleen todos los cimientos de la cómoda cotidianidad hasta entonces. Lógicamente, en este aspecto, el tema más tratado, imposible por circunstancias de eludir, es el de la infidelidad. El tener a dos personajes ya entrados en años, parece obligar que al menos uno de ellos esté emparejado, introduciendo una capa de complejidad e incomodidad, pues toca un tema siempre candente, que, en muchas ocasiones, suaviza tratando a los protagonistas como seres idílicos que han nacido para estar juntos. A lo largo de la Historia ha habido grandes películas que abordan el tema, como por ejemplo, y especialmente en mi opinión, “Breve Encuentro” del gran David Lean, “Asignatura Pendiente” de Garci o “Los Puente de Madison” de Clint Eastwood, que esconden un regusto amargo en su desenlace más (supuestamente) afín a la realidad, defendiendo esa presunta Love Story como un paréntesis en la vida de los protagonistas, una última chispa de ilusión que los hace revivir la juventud ya lejana.
En 1984 llegó a los cines una película modesta que anudaba la credibilidad de las obras citadas con esa idealización en su desenlace, el cual, bajo mi punto de vista, es su talón de aquiles, pues traiciona el espíritu liberal que quiere defender.

Molly y Frank son dos neoyorkinos que viven en las afueras bien acomodados. Ella trabaja como diseñadora gráfica, él como arquitecto. Muy a menudo toman el mismo tren que los lleva desde donde viven al centro de la ciudad. Un día, realizando las compras de Navidad en la librería Rizzolli, intercambian por error los regalos. Meses después, coinciden de nuevo en el tren y entablan una amistad que les despierta un sentimiento más profundo. El mayor obstáculo es que ambos están casados.

En el momento de su estreno no fueron pocos los críticos que apuntaron la simpleza del guion del ganador del Pulitzer y el Tony, Michael Cristofer. Parecía que se quejaban de que no tenía la emoción ni el romanticismo ardiente de otras producciones. En mi caso, y con todos los respetos, erraron al afirmar dicha apreciación. La grandeza de “Enamorarse” es sentir en todo momento que lo que se ve es auténtico, como si mirásemos por el ojo de una cerradura la vida de estas dos personas. Que el guion es sobrio y aburrido, pues bueno, es que la vida por lo general lo es. Y los protagonistas son igual de aburridos. O, mejor dicho, grises. Están encerrados en la rueda de la cotidianeidad del momento. Van de la casa al trabajo y del trabajo a casa. El poco tiempo que pasan con sus parejas lo hacen para comentar qué han hecho durante el día y realizar planes que, en más de una ocasión, no les apetece. Son, como la gran mayoría de personas, grises. No tienen nada extraordinario que contar, salvo el affair que están a punto de vivir, el cual tampoco es emocionante. Y ahí radica su riqueza. Cada instante que comparten Molly y Frank es cálido, entrañable y creíble. Aunque hoy día pueda resultar que la insistencia de él por provocar el choque personal con ella esté cercano al acoso (cuando la aguarda en la estación o la llama al hospital donde está ingresado su padre), en el momento de su estreno y visto con los ojos de dicha época resulta hasta inocente. Y lo es por cómo está llevado y por la personalidad del personaje, un hombre de buen corazón que se debate entre seguir sus creencias, impuestas por la sociedad del momento, o lanzarse a los instintos de su corazón. Del mismo modo, Molly está dibujada con similares inquietudes. La cercanía con Frank la hace sentir más de lo que le despierta su marido, en especial alegría, tranquilidad y confianza, pero las reglas sociales pesan. Aún así, ambos son como imanes que se buscan constantemente, describiendo a la perfección las fase del enamoramiento.

Estamos en los Estados Unidos de los 80. La Guerra de Vietnam ha terminado, y con ella la ola de paz y amor hippie. La revolución artística y social ha sufrido un varapalo y se han regresado a valores más conservadores personalizados en la figura del Presidente Reagan. En España, por su parte, recién entrada la Democracia, se aprobó la primera Ley del Divorcio. Y las separaciones se dispararon, hasta que a día de hoy parece más habitual celebrar una separación que una boda. La película que dirigiese Ulu Grosbar toca también dicho tema, el cual ejemplifica el fin de una etapa. Siempre ha parecido que la palabra divorcio llevase consigo algo negativo, como si ejemplificara un fracaso. Bien es cierto que con ello se pone punto y final a una relación que, seguramente, habrá tenido frutos y tendrá consecuencias difíciles que afrontar tanto para los protagonistas como para los demás miembros del núcleo familiar y social. Sin embargo, dicho concepto conlleva también el volver a empezar y sentir. Aunque pudiese parecer que quien impulsa la separación es el culpable y malvado, bien puede significar que está dando un paso responsable, pues sabe que está en un barco que naufraga y del que no hay salvación. Por supuesto, está la opción de luchar por algo que merece la pena (sobre todo si hay descendencia de por medio), pero poco se habla de quienes se siguen quedando, aguantando a duras penas, sacrificando su vida en pos de un anhelo que nunca llega. Molly y Frank pueden verse tanto como dos cobardes que eluden el luchar por lo que tienen (sobre todo en el caso de él, con dos hijos pequeños) o como dos valientes que retan la corriente “normal” de la sociedad y deciden tomar ese último tren que se les ha presentado. Para secundar aún más el que se quieren por encima de un mero capricho y que nos decantemos por la segunda opción, se introduce el hecho de que nunca consumen a nivel físico su relación, con lo cual se elimina la posibilidad de ser un mero capricho pasajero.

La sencillez de la película, remarcada mediante la música de Dave Grusin, esconde algunos detalles interesantes tanto a nivel visual como metafórico. Por ejemplo, el uso del tren no sólo como vehículo donde se encuentran los protagonistas sino como esa metáfora de oportunidad que se presenta y se debe elegir entre tomar o dejar pasar.
Para presentar a Molly y Frank los ponen en igualdad de condiciones. Ninguno destaca por encima del otro, y su escena de presentación hablando por teléfono en la estación Grand Central es muy efectiva, pues, a pesar de que hablen con sus respectivas parejas parece que estén manteniendo un diálogo entre ellos, estableciendo ya el hilo que los une a través del cable telefónico.
El que los protagonistas se reúnan con sus respectivas amistades (interpretados por Dianne Wiest y Harvey Keitel), siendo ambas infieles, ya siembra la semilla de dar el paso adelante y conocer a la persona de quien se han interesado, remarcando la emoción por cometer un acto “delictivo” a ojos de la sociedad.
De entre todos los instantes que comparten Frank y Molly, me quedo con esa tensa espera de ella en la estación, aguardándolo por tomar el tren que los lleve a sus hogares. Dicha escena concluye en el último minuto, con Frank llegando cuando el andén está ya vacío, pensando que ella se ha marchado en el tren, pero una voz a su espalda lo llama. Es Molly, a quien se dirige y abraza, terminando con el beso que tanto ellos como los espectadores han estado esperando.
La película transcurre durante un año, describiendo cada instante de la pareja acorde a una época estacional. En ese aspecto me gusta cómo para concluir el idilio se elija el Otoño, sinónimo de fin de ciclo. Bajo mi punto de vista, y como he citado el principio, creo que donde yerra la cinta es en el epilogo, eligiendo un happy ending bajo los cánones hollywoodienes. Quizás pueda resultar cruel, pero en consonancia con la verosimilitud general, hubiera eliminado el final en el tren, concluyendo de forma circular la historia, con los protagonistas reencontrándose de nuevo en Navidad en la librería Rizzolli y despidiéndose en la calle sin saber más el uno del otro (ni siquiera qué ha sido de sus vidas privadas con respecto a sus parejas).

Por supuesto no estaría escribiendo tanto sobre la obra si ésta no estuviese protagonizada por dos de los mejores interpretes de la Historia del Cine, Meryl Streep y Robert De Niro. Se reencuentran tras “El Cazador”, con años de por medio queriendo volver a trabajar juntos, y les cae esta sencilla historia entre las manos. Como afirmaron los críticos de la época, estaban por encima del guion, pues consiguen que la cinta atrape. Ambos logran que pese más lo que no se dice, con esos fugaces cruces de miradas y paseos por una Nueva York que, como ellos, se presenta creíble a la vez que sigue deslumbrando en cada fotograma. Ella está encantadora, con la duda inocente de seguir conociendo a ese hombre con el que ha intercambiado los regalos de navidad. Es un rol cercano al de su más madura Francesca en “Los Puentes de Madison”, ambas dispuestas a dar el paso por conocer otra piel a la que amar. Y, como sucedería en la cinta de Eastwood, aquí también protagoniza una escena en que está en un coche bajo la lluvia corriendo por alcanzar el amor antes que parta. Por su parte, De Niro salió de su zona de confort y se metió en el traje de un hombre corriente alejado de cualquier parafernalia explosiva. Su Frank es calmado, comprensivo, bueno. Un hombre corriente que acaba enamorándose. Quizás la mejor escena que realiza no la comparta con Streep, sino con Jane Kaczmarek, quien da vida a su esposa, cuando le reconoce que ha vivido una aventura pero sin llegar a la consumación sexual. La fragilidad, el arrepentimiento y el dolor que se deslumbran en su rostro mientras sufre el (justificado) enfado y decepción de su esposa es memorable.

La película apenas recuperó el presupuesto invertido y pasó sin pena ni gloria por las taquillas a pesar de su pareja protagonista. En el extranjero tanto Streep como De Niro fueron reconocidos por sus trabajos. Ella con el David Di Donatello y él en los Sant Jordi.

“Enamorarse” hace honor a su título describiendo una historia de amor entre dos personas de mediana edad que se debaten entre seguir sus sentimientos o acatar las normas establecidas. Su pareja protagonista la convierte en una de mis cintas románticas favoritas.

2 comentarios en “Enamorarse (Falling in Love), de Ulu Grosbard

  1. No la había visto (aunque recordaba alguna escena suelta) y a raíz de tu reseña me animé a verla (una película de los 80 con De Niro y Streep! Tenía que ponerle remedio!) y la verdad es que me gustó bastante.

    Creo que lo mejor de la película es toda su primera mitad, la historia de amor está muy bien llevada y me funciona realmente bien de guión, como se van cruzando sin saberlo (están destinados a hacerlo) y la escena de la cabina que mencionas me parece sublime. Y después la historia de amor me parece muy creíble, como tú dices, sobre todo por los actores que les dan vida.

    Me gusta ver una historia de amor adulto, bien contada y escrita, con dos actores tan grandes como De Niro y Streep, es cierto que hay algún momento hollywoodiense que hace que no resulte tan realista (esa escena de ella conduciendo el coche bajo la tormenta y el final feliz), pero me funciona muy bien, incluso ese final, es cierto que lo más lógico es que terminara como «Breve encuentro» o «Deseando amar» con una historia de amor bonita y nunca consumada, pero me gusta que al final acaban juntos, ambos han echado a perder sus respectivas relaciones y se merecen estar el uno con el otro. Igual es que me gustan los finales felices.

    Gracias por animarme a ver esta película, y enhorabuena por tu reseña, me ha parecido fantástica.

    1 abrazo.

    • Me alegro que te animases a descubrirla Rodi, en mi opinión es una muy digna Love Story adulta que pierde en su tramo final por caer en los típicos ramalazos hollywoodienses. Pero solo por disfrutar de Streep y De Niro en pantalla merece la pena!

      Muchas gracias por comentar! 🙂

      Un abrazo!!

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